Viaje al Peloponeso (1)

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De Micenas a Palaia Epidavros

En el Peloponeso empezó casi todo, también la literatura de viajes. La Ilíada nos cuenta como las ciudades estado del Peloponeso, del Ática y de las islas griegas se unieron para rescatar a la bella Helena de su supuesto secuestro. El resto ya lo conocemos. Troya fue un desastre y en el camino de vuelta, tal como nos explica la Odisea, Ulises se perdió para que luego nos contarán sus aventuras a lo largo y ancho del Mediterráneo.

Me vienen estas reflexiones a la cabeza al cruzar el estrecho / istmo de Corinto y adentrarme en el península del Peloponeso, una parte de Grecia que, en gran medida sobrevive al turismo masificado. Es cierto que las ruinas más importantes están llenas a rebosar, pero si el visitante es capaz de entrar a primera hora o esperar la última, las sensaciones que vivirá se alojarán durante muchos años en su memoria.
Más allá de los yacimientos arqueológicos, viajar al Peloponeso es descubrir el pulso de una Grecia pausada. No hay lugares más hermosos que otros; el Peloponeso es todo un territorio por descubrir, un lugar donde el tiempo pasa lento y donde se escucha el zumbar de las abejas en el campo.

Micenas

Emplazada en lo alto de un promontorio desde el que se domina la llanura de Argos, Micenas es el sitio más ciclópeo y telúrico de la península. Te asomas al muro que delimita la ciudad, donde se levanta la puerta de los Leones y un cosquilleo se apodera de tu cuerpo. Es difícil de explicar, y, a lo mejor, son sensaciones muy personales, pero en Micenas, hay una corriente que asciende de la tierra y te alcanza.

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Te alejas de las ruinas principales, alcanzas la otra vertiente de la colina, y percibes todavía con más profundidad la Grecia Clásica.
La civilización micénica se desarrolló entre los años 1600 a 1100 antes de C. y mientras paseas entre las ruinas piensas que también ellos disfrutaron de un amanecer, de una luz parecida. Puedes imaginarte a Agamenón, apresurándose para organizar la expedición a Troya, o el fatal desenlace años después cuando su esposa Clitemnestra, lo asesinó apenas regresar a casa. Tragedias griegas que han inspirado nuestro mundo, y nuestra literatura.

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El aire corre ligero y recorres el yacimiento, sin prisas. A la hora de partir vale la pena detenerse, cien metros al sur del yacimiento principal, el tesoro de Atreo o de Agamenón, una tumba abovedada de dimensiones colosales.

Epidavro

Horas más tarde llegó a Epidavro, otra de las ciudades estado de la Argólida que contaba con un santuario dedicado a Asclepio (Esculapio), el dios de la Medicina. No queda ni un solo autocar en la explanada de acceso. Falta poco más de una hora para el cierre y la temperatura a mediados de mayo es agradable.
Epidavro al atardecer es un lugar maravilloso, en especial su bien conservado teatro que en la temporada veraniega acoge la representación de obras clásicas. En silencio de la tarde, el teatro es como un espacio para la meditación donde se escucha el rumor del viento y el trino de los pájaros.

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Luego bastará pasear por el sur del yacimiento para contemplar las escasas ruinas del templo principal. Esa es una constante en las excavaciones. Hay lugares en los que apenas se conservan un par de columnas en pie; aun y así, pasear por entre los edificios y dejar volar la imaginación es la mejor manera de conectarse con el mundo antiguo.

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Cuando salgo de las ruinas, se ha puesto el sol y conduzco hasta la pequeña población de Palaya Epidavro. Dos o tres hoteles se encuentran frente al puerto y la inmaculada bahía. Hay algunos veleros adormecidos y unos pocos turistas en las terrazas de los restaurantes. Ceno pescado y una botella de Kourtaki, el vino griego con sabor a resina.
Después camino por calles casi vacías y entro en un remodelado bar que parece ser el centro de reunión nocturna de la gente del pueblo.

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Escribo un rato en mi diario, y, poco después de la medianoche regreso al hotel. La habitación es triste y antigua, pero el balcón da sobre el mar y paso un buen rato contemplando el paisaje: una luna delgada como un cuchillo cuelga sobre las montañas de poniente.
Mañana proseguiré mi viaje hacia Esparta, recorriendo algunos pueblos del litoral del golfo Argólico.