One World Trade Center

El ascensor asciende en menos de un minuto hasta lo más alto de la torre. Accedes a una sala rectangular donde se proyectan algunas imágenes de la ciudad de Nueva York y después te deparan una agradable sorpresa. Emocionante.
A continuación, entras a la planta 102 desde donde ves el diseño de la ciudad de Nueva York. Sus barrios: Manhattan, Queens, Brooklyn, el Bronx y Staten Island; también toda la costa de New Jersey, al otro lado del río Hudson.
Justo debajo, el Financial District y Battery Park. En dirección sudeste, la entrada desde el Atlántico con la estatua de la Libertad en Liberty Island recortada contra las aguas del puerto. 
La visita es bella, inmensa, con el Empire State Building en el centro de Manhattan y el puente de Brooklyn a tus pies… y, sin embargo, no puedes dejar de pensar y recordar el 11-S, a los miles de personas que en este lugar encontraron la muerte. Desde el piso 102 se es consciente de la desesperación de las últimas horas. No, no es miedo lo que se siente, sino recuerdo, memoria que necesita su propio espacio. Lo que se vende como una atracción turística tiene su componente trágico que revolotea en la conciencia, más allá de las irrepetibles vistas sobre Nueva York.

Abajo, en el lugar que ocuparon las torres gemelas, en los dos estanques a cuyo alrededor están grabados los nombres de quienes fallecieron el 11-S, alguna gente se hace sus selfies. Es un sinsentido. 

Al fondo se erige la nueva torre. Bella, acristalada, con los reflejos del cielo y de las nubes, de la vida en sus paredes.  
Nueva York sigue viva, respira, palpita y rinde homenaje a las 2.992 victimas del 11-S.